En la comuna 12 de Medellín, la Unidad Deportiva La Floresta es un símbolo de la evolución del deporte, el esparcimiento y el sentido de comunidad. A lo largo de los años, este lugar ha acogido momentos inolvidables, historias de esfuerzo, de lucha y de alegría. La señora Silvia del Socorro Ruiz Montoya, con 86 años, ha sido testigo y artífice de gran parte de su historia. Desde que en 1979 gestionó la construcción de esta cancha de fútbol, la cancha ha sido un espacio fundamental para todos, especialmente para quienes como ella, viven en sus alrededores.

La renovación de la cancha, con la intervención de la Alcaldía de Medellín, ha sido una de las mejores noticias para la comunidad de La Floresta. El área de intervención, que abarca 4.038 m², ha visto el cambio completo de la grama sintética, la pintura, el cerramiento y las zonas verdes. Los trabajos no solo mejoraron la calidad del espacio deportivo, sino que lo convirtieron en un lugar más seguro y accesible para las 8.000 personas que lo disfrutan, entre ellas 12 clubes deportivos, usuarios de la práctica libre y jóvenes que, como Silvia, tienen al fútbol como una pasión.

Doña Silvia, como una madre para el barrio, recuerda con nostalgia cómo comenzó todo:

❝ Había un basurero aquí, un lugar lleno de escombros y plagas. La gente ya estaba cansada de eso, y decidimos tomar acción. En 1979, empezamos a trabajar para que esto fuera una cancha, algo que la comunidad pudiera disfrutar.❞

Así, con el esfuerzo colectivo, lo que empezó como una cancha de arenilla, comenzó a tomar forma, y con el tiempo, se transformó en el centro deportivo en el que muchos disfrutan hoy.

En aquellos primeros años, Silvia no solo era testigo de la evolución de la cancha, sino que también la cuidaba, la mantenía y velaba por ella:

❝ Yo me encargaba de organizar quién le hacía mantenimiento a la cancha. Cortaba el césped, recogía la basura. A veces contratábamos a unos muchachos del barrio, les pagábamos 5 mil pesos para que ayudaran. La idea siempre fue mantenerla linda y que la gente la disfrutara❞.

Ese esfuerzo, fue la base sobre la cual muchos otros contribuyeron para que la cancha siguiera siendo un lugar de encuentro, donde se celebraban partidos, se recibían jugadores y se vivían momentos de emoción.

La comunidad, especialmente las mujeres del barrio, siguió gestionando el espacio durante años.

❝ La cancha fue administrada por mujeres del barrio, todas organizábamos recolecciones y, si había algo que arreglar, nos poníamos de acuerdo para hacerlo. Aquí han jugado futbolistas importantes, se han vivido partidos de veteranos, de máster, de ex profesionales. Este lugar ha sido testigo de grandes momentos❞, afirma Silvia con orgullo.

Uno de los recuerdos que más destaca para ella es la bendición de la cancha por tres obispos y las tres misas que se celebraron en este espacio, lo que le dio aún más significado.

❝ Eso también reunía a la comunidad, les daba un sentido de pertenencia y amor por el espacio. Aquí se respiraba un ambiente único, lleno de solidaridad y de gente que se apoyaba mutuamente❞. Hoy, con la intervención de la Alcaldía, el espacio está renovado y la felicidad se siente en el aire. ❝ Ahora, la cancha está más linda que nunca. Han cambiado toda la grama, han pintado, y hasta los cerramientos están mejor. El barrio está feliz, no hay espacio para un alfiler aquí. Esta cancha está siendo aprovechada❞, asegura Silvia con una sonrisa de satisfacción.

Lo que comenzó como un sueño colectivo se ha convertido en un ejemplo de cómo el deporte y la comunidad pueden crecer juntos. La señora Silvia lo resume con sus propias palabras:

❝ La cancha ha aportado muchísimo a la sociedad. Yo gozo viendo cómo los niños juegan. Me río mucho al verlos con uniformes más grandes que ellos, pero eso demuestra que la cancha sigue siendo un espacio para todos. Para mí, verlos disfrutar de este lugar es un regalo❞.

La cancha de La Floresta, es un testimonio del trabajo comunitario y la perseverancia. Ahora renovada, sigue siendo un lugar donde el deporte y el amor por la comunidad se entrelazan, donde las generaciones siguen soñando y jugando, y donde la señora Silvia, al mirar desde su ventana, sabe que su lucha y esfuerzo han valido la pena.